Generalmente el nombre de una ciudad importante se relaciona o identifica con un hecho histórico, un monumento, un paisaje. Para Padua, este reflejo condicionado esta dado con San Antonio el « Santo », como dicen sus habitantes o la celebre Universidad.
Esta relación no esta privada de lógica ya que, tanto el santo de los humildes como la antiquísima universidad, constituirían motivo de orgullo para cualquier ciudad.
Pero, además de por esto, Padua se enorgullece por el papel importantísimo que ha desempeñado en la historia del arte italiano. Efectivamente, construida en la tranquila llanura véneta, habitada por una población pacifica pero decidida (no hay que olvidar que sus habitantes fueron los fundadores de Venecia), es una ciudad que ama la vida y, amándola, es tolerante y comprensiva. Padua posee numerosos tesoros de arte que testimonian la supremacía que la ciudad ejerció sobre la región circundante durante los siglos.
Conoció su perforo de mayor esplendor a fines del siglo XIV y principios del XV, cuando, gobernando la « Seriaría » de los Charrareis, hospedo personajes importantes del mundo de las letras como Dante y Petrarca, y de las artes como Giotto, Nicolas Pisano, Felipe Lippi y Donatello.
La gran personalidad de estos hombres, su carga innovadora, sus ideas renacentistas, encontraron terreno fértil en esta tierra donde fue formándose una escuela que alcanzo su máximo exponente en la figura de Andrés Mantenga.
Pero Padua tiene la rara particularidad de que, a pesar de los avances modernos que señalan su grandeza económica, es todavía posible descubrir en ella restos de su antigua fisionomía. Basta abandonar las calles principales y recorrer las callejuelas próximas al « Santo » para encontrar la ciudad del Renacimiento o del 600, o dirigirse al café Pedroche, antiguo salón cultural de la ciudad, para revivir la « belle apoque ».
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